sábado, 20 de noviembre de 2010

CARPE DIEM


Recién acabo de terminar de ver la película “La sociedad de los poetas muertos”. Y como siempre cuando uno termina de ver algo, tiene sus propias interpretaciones, comentarios o críticas acerca de lo que vio. Acá comparto con Uds. lo que yo sentí y pensé:

·         Para mí fue una forma de enseñar lo que es la poesía. Aquello por el cual el hombre la usa para demostrar de forma  apasionada por expresión de la palabra lo que significa para él, en identidad o identificación lo que es, la vida y la muerte, la belleza y la fealdad, el amor y la guerra. La eterna dualidad, la que nos separa de ti y de mi, de nosotros con Dios, de Dios con la nada.  Y la convierte en una muda  donde la melodía la inventamos nosotros con nuestra mente y por eso crea interacción y magia que asombra y nos hace enamorar.   La convertimos en canción, en verso o en un chisme para una noche de verano candente. Afortunados los hombres que la inventaron para levantar mujeres. Fue la intención primera.
·         También la veo como una forma de enseñarnos lo que es la pasión humana. Aquello  por el cual deseamos con tanta fuerza que solo la persona que idealizamos como ejemplo de responsabilidad pesa su palabra sobre esta fuerza creadora, y puede traerte una aclamación por su continuidad o una decepción que te ahonda en un pozo  sin vida y sin pasión.
·         También observé que maestro es el que sabe influir sobre la pasión de los hombres, no aquel que enseña por disciplina y tradición basada en la ideología  de un solo hombre, que con el tiempo sin querer queriendo pierde su esencia porque la humanidad sigue la evolución y es natural no responder a eso. ¿Se dan cuenta cual es el problema actual?  

Y tan inspirada me quede con la película que les dedico este verso de Walt Whitman:

CON LA TERRIBLE DUDA DE LAS APARIENCIAS
(Of the terrible doubt of appearances)

Con la terrible duda de las apariencias,
Con la incertidumbre, después de todo, de que estemos alucinados,
Que quizá la confianza y la esperanza, después de todo, son meras teorías,
Que quizá la identidad más allá de la tumba, después de todo, solo es una bella fábula,
Quizá las cosas que yo percibo, los animales, plantas, hombres, montañas, las lucientes y floridas aguas,
Los cielos del día y de la noche, colores, densidades, formas, quizá estas cosas (lo son, sin duda) no sean más que (¡Con cuanta frecuencia pienso que ellas, como dados, huyen confundiéndome y burlándose de mi!
Con cuanta frecuencia pienso que nada conozco, que ningún hombre conoce nada de ellas!),
Quizá pareciéndome que ellas son (ya que, sin duda, no hacen más que parecer) desde mi actual punto de vista, y podrían demostrarme (como al fin resultarían) que no son nada de lo que aparentan, o nada de cualquier modo, desde puntos de vista enteramente diferentes;
Para mí estas y otras cosas similares tienen una curiosa respuesta en mis amantes, mis amigos queridos,
Cuando el que amo viaja conmigo o permanece largo rato a mi lado asiéndome de la mano,
Cuando el aire sutil, impalpable, y el sentido que ni las palabras ni la razón expresan, nos circundan y penetran,
Entonces, abrumado por el peso de una inaudita e indecible sabiduría, yo me callo, y no pregunto nada,
No puedo formular la pregunta de las apariencias, o la de la identidad más allá de la tumba,
Pero, avanzo o hago alto indiferente, pues yo estoy satisfecho,
El que me tiene asido de la mano, está plenamente satisfecho de mí.  

“¿Quién esta asido de mi mano? Nadie, porque no estoy aún satisfecha de mí. Por eso pienso que las cosas carecen de importancia y son puras apariencias igual que yo”. (MUCHITA)

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